Rayven la atrapó antes de que cayera del banco. Sosteniéndola con facilidad entre sus brazos, la recorrió con la mirada, fijándose instintivamente en el pulso que latía en su garganta. Quizá no debería habérselo dicho. Si quería, podría pasar un paño sobre su mente, haciendo que olvidara todo lo que le había dicho.
Y a pesar de todo, se sentía bien, decirle la verdad le había purificado de alguna forma. Había querido que lo supiera, no quería que existieran mentiras entre ellos durante el tiempo que les quedaba. Y cuando su año juntos hubiera pasado, abandonaría este lugar, y no tendría ninguna importancia si ella se lo contaba a alguien. Nadie la creería. A pesar de todas las historias y rumores que circulaban entre los aldeanos, en realidad, ninguno de ellos creía que el fuera un monstruo.
Rhianna tampoco lo había creído, pero ahora ya sabía la verdad.
Mañana descubriría si era lo suficientemente fuerte como para aceptarlo, para vivir con eso. Y con él.
Y si no lo era...
Apartó el pensamiento como si no fuera más que un molesto insecto. Mañana ya habría tiempo suficiente para preocuparse por ello. Esta noche, la sostendría mientras dormía y simularía por un momento, que a pesar de saber lo que él era, ella le amaba.
Sin esfuerzo alguno, la llevó de regreso al castillo, y subió por la escalera de caracol hacia su cámara. Suavemente, la depositó sobre la cama, la descalzo y desvistió. Luego, quitándose las botas y la capa, se sentó en la cama con la espalda apoyada en el cabezal. Doliente de necesidad, la rodeó con sus brazos y los cubrió a ambos con su capa.
Pasó la noche allí sentado, observándola dormir, escuchando el suave y parejo sonido de su respiración. La ternura le envolvió cuando ella se acurrucó contra él, sus brazos enroscados alrededor de su cintura.
¿Lo sabes? Él se preguntó. ¿Sabes que soy yo?
Él levantó una mano, para acariciar ligeramente con sus nudillos la curva blanda de su mejilla, maravillándose de la suavidad de su piel, caliente comparada con el frescor de sus dedos. Con su dedo índice, resiguió la línea de su boca, suave y dulce. Sus labios se entreabrieron ligeramente y emitió un pequeño y somnoliento gemido a través de su garganta.
-"Rhianna". El deseo se despertó a través de él, doloroso en su intensidad. -"Abre los ojos para mí, mi dulce," murmuró.
-"Rayven... " Sus párpados se agitaron al abrirse. Había estado soñando con él, y ahora estaba allí, contemplándola con sus profundos ojos negros, que anunciaban a grandes titulares el profundo fuego interior que los consumía.
-"Bésame. Agachó su cabeza hasta la de ella. -"Bésame... "
Echó la cabeza hacia atrás, soltando un suave gemido mientras sus labios la reclamaban en un beso abrasador que alejó todo pensamiento racional de su mente haciendo que los dedos de sus pies se curvaran de placer.
Cambió de posición para situarse frente a él, sus cuerpos unidos desde los hombros hasta los muslos. El deseo se enroscó dentro de ella con el contacto de su cuerpo duro moldeado tan íntimamente contra el de ella.
Su lengua resiguió sus labios. Oyó los rápidos latidos de su corazón, sintió rugir el hambre en su interior, sintió que sus colmillos emergían ante la necesidad de beber, beber y beber, para llenarse de su dulzura, de su mismo ser.
Rhianna gimió suavemente. Instintivamente, se presionó a sí misma contra él, queriendo estar más cerca. Sus manos se deslizaron bajo su camisa, acariciando la línea suave de su espalda. Sintió como si estuviera ardiendo. Su piel era fresca bajo las puntas de sus dedos, pero sabía que él estaba tan excitado como ella. Su respiración era ruda y errática, sus manos inquietas se deslizaban arriba y abajo por sus lados, sus dedos rozando contra la curva de sus pechos.
Sintió que sus dientes raspaban su garganta, y apartó el pelo de su cuello, queriendo sentir su lengua contra su piel.
Su mano se cerró sobre sus muslos, acercándola contra él, dejándole sentir la prueba visible de su deseo. El hecho que sus besos y su proximidad tuvieran el poder de excitarle, la fascinaba. Nunca antes había sentido una pasión así, un anhelo tan intenso, una necesidad tan imperiosa.
Murmuró su nombre, queriendo que él la tocara a la vez en todas partes. Tiró de su ropa, queriendo sentir su piel desnuda la de ella.
-"Rhianna". Su voz sonó pesada, drogada. -"Tenemos que detenernos".
-"No". Ella se pegó a él, los dedos acariciando su espalda, sus hombros, sus caderas moviéndose contra él, urgiéndole a aliviar la dolencia que se propagaba por todo su cuerpo. -"Bésame," murmuró. "Tócame”.
-"Rhianna... " La imagen de la última chica con quien se había acostado emergió en su mente. Tenían que esperar, esperar hasta que su hambre estuviese saciada y bajo control.
Pero ella no quería esperar. Sus ágiles dedos apartaron su capa y su camisa hasta que nada les separó sólo la suave tela de su camisón. Él podía sentir el calor dulce caliente de sus pechos contra su torso.
Un gruñido bajo surgió de su garganta mientras su atrevida mano acariciaba su muslo.
“Rayven, por favor... " Ella se retorció en la cama, movida por una urgencia que no entendía, y a la que no podía resistirse.
Sentía su necesidad como si fuera la suya propia. Su cuerpo estaba ardiendo por ella. Noto el filo de sus colmillos contra su lengua, sintió el hambre rugiendo dentro de él mientras la despojaba de su ropa interior y se quitaba los pantalones.
Era bella, su tentador cuerpo era terso e inmaculado, con piernas delgadas y caderas suavemente redondeadas, una sirena con pechos que habían sido modelados para las manos, solo las suyas.
Temblando de necesidad, se movió sobre ella, su peso sostenido por sus brazos mientras enterraba su cara en el hueco de su hombro. –“¿Rhianna, estás segura?”.
Notó como ella asentía y enlazaba sus brazos alrededor de su cuello atrayéndolo más cerca.
El hambre y el deseo rugían en su interior y con ello el conocimiento de que la espera de cuatrocientos años estaba a punto de finalizar. Y luego, como si fuera una súbita explosión, sintió la salida del sol por el horizonte.
Con un gemido se levantó, con su mirada fija en la ventana. A través de una fina rendija en las pesadas cortinas, podía ver la luz trémula del sol, sentir el calor de un nuevo día.
-“¿Qué pasa?”. Rhianna preguntó. “¿Qué es lo que va mal?”.
-"Debo irme".
-“¿Irte..?” Le contempló con los ojos llenaros de confusión. –“¿A dónde? ¿Por qué?”.
-"Ha llegado el amanecer". Con gráciles movimientos, saltó de la cama. Agarró su capa, se la echó sobre los hombros. -"Hasta esta noche, dulce Rhianna" dijo con voz ronca por el deseo no cumplido.
-"Rayven, espera... "
Pero él ya se había ido.
Esa tarde, estaba sentada frente a su tocador, pasando distraídamente el cepillo por su pelo. Él era un vampiro. Se decía a sí misma que debería estar agradecida de que el amanecer le hubiera apartado de su lecho antes de que le hubiera arrebatado su inocencia.
Un vampiro. Anoche, narcotizada por sus besos, a merced de la pasión que había fluido a través de ella como si fuera miel liquida, había sido incapaz de tener un solo pensamiento racional. Solo había sentido una urgente necesidad que la había dejado ciega y sorda a cualquier otra cosa.
Ahora, a la luz del día, se preguntaba cómo pudo haberlo olvidado ni siquiera por un momento.
Vampiro... Imágenes de monstruos esqueléticos con sangre goteando de sus colmillos poblaron su mente.
Vampiro... Horrendas criaturas sobrenaturales que acechaban en la noche en busca de presas, bebiendo la sangre de los niños.
Vampiro... Demonios necrófagos que dormían en ataúdes durante el día porque no podían soportar la luz del sol.
Vampiro... ¿Cómo podía ser cierto? ¿Si él era verdaderamente un vampiro, por qué no le producía repulsa? ¿Por qué estaba todavía viva? ¿Se convertiría ella en lo que él era?
Levantándose, fue hacia la ventana y apartó las pesadas cortinas. El sol se notaba caliente sobre su rostro.
Nunca había visto a Rayven durante el día. Nunca le había visto comer.
Apoyó su frente sobre el cristal. ¿Estaba ahora durmiendo en su ataúd?
El pensamiento la hizo estremecer.
La torre del este. Allí era donde él dormía. Por eso era por lo qué le había prohibido ir hacia allí. Frunció el ceño. No había encontrado nada cuando fue allí, sólo un cuarto vacío.
Estaba atravesando el cuarto, su mano girando el picaporte, antes de que se diera cuenta de lo que hacía. Hizo una pausa en el vestíbulo, escuchando, preguntándose lo que Bevins estaría haciendo.
Levantando sus faldas, pasó corriendo por el corredor hasta la escalera que conducía a la torre del este.
Su corazón latía ruidosamente cuando llegó al cuarto de la torre. Aspirando profundamente, abrió la puerta y entró. Igual que antes, no había nada que ver ningún mueble, ningún cuadro, sólo una ventana cubierta por gruesas cortinas de terciopelo negro.
Apartó las cortinas, y permaneció en el centro del cuarto, girando lentamente. Al principio no vio nada, pero luego encontró un pequeña hueco en la pared de piedra frente a la ventana.
El corazón le latía aceleradamente, le sudaban las palmas de las manos, su boca estaba seca, mientras presionaba su mano por la pared, moviéndola gradualmente sobre la superficie.
Se quedó sin aliento al sentir que la pared se movía y luego un trozo de ella se deslizaba, revelando un cuarto al fondo.
Dudando entre escapar o quedarse permaneció en el quicio de la puerta y miró hacia adentro atentamente. En este cuarto no había ninguna ventana. El brillo de sol del cuarto detrás de ella se introducía a través del abierto portal. Aunque la luz era débil, podría discernir la forma de un gran armario de madera de color cereza en la pared en frente a ella. La imagen de una cabeza de lobo estaba tallada en una puerta, y la de un cuervo en la otra.
En la esquina del cuarto había una gran chimenea.
Dio otro paso adelante y miró hacia su derecha. Un tapiz enorme cubría la pared. Tejido en tonos de verde oscuro y negro, mostraba varias escenas. En una había un cuervo posado sobre la rama de un árbol. Debajo un lobo negro con ojos sanguinarios estaba sentado, aullando a la luna. Otra escena retrataba a varios hombres armados con lanzas persiguiendo a un lobo. Una tercera escena ilustraba un lobo levantado sobre sus patas traseras con sus dientes al descubierto en una cruel amenaza.
Apartando su mirada del tapiz, giró su cabeza hacia la izquierda, y sintió que se le subía el corazón a la garganta. Una enorme cama cubierta con un negro dosel estaba situada sobre un estrado. Y descansando sobre la cama, con los brazos cruzados sobre su pecho, estaba Rayven. Sólo pudo permanecer mirándolo fijamente mientras las imágenes se grababan en su mente. Las sabanas y la almohada eran negras. Una colcha, también negra, estaba doblada a los pies de la cama. Su capa le cubría, envolviéndolo como si de un abrazo cariñoso se tratara.
Su cara, enmarcada por su pelo negro, se veía muy pálida. No parecía que respirase.
La alarma la atravesó. ¿Había muerto durante el día? La urgencia de acercarse para comprobar si todavía seguía vivo surgió fuertemente en su interior al mismo tiempo que los recuerdos sobre las historias escuchadas acerca de cómo destruir a un vampiro.
Cortar totalmente su cabeza. Llenar su boca de ajos. Hundir una estaca a través de su corazón y sepultarlo bajo tierra a fin de que no pudiera levantarse de nuevo.