Me escondo en las sombras
Y deseo la luz
Pues soy un Vampiro
Atrapado para siempre en la noche.
Valle De Millbrae, 1843
Rayven se recostó en su silla, tratando de disimular sin éxito su disgusto mientras presenciaba el intento de Vincent McLeod de subastar a la mayor de sus cinco hijas.
Con la cabeza inclinada y los brazos colgando a ambos lados del cuerpo, la muchacha permanecía de pie en silencio, como si de un animal a punto de ser llevado al matadero se tratara. El despeinado pelo rubio, le caía desordenado sobre los hombros, ocultando su rostro de la misma forma que el sucio vestido gris escondía su figura.
-"Vea Lord Rayven" dijo Montroy. “¿No podemos tener un poco más de luz?”
Rayven negó con la cabeza. El cuarto estaba oscuro, y le gustaba así, con las paredes revestidas de madera oscura, alfombras de un color verde oscuro cubrían el suelo, gruesas cortinas a juego colgaban de las ventanas, y como siempre, las lámparas iluminaban tenuemente el salón. Cualquiera que hubiera compartido con él la trastienda de la taberna de Cotyer sabía que siempre evitaba la luz brillante. Era una de sus muchas rarezas, que los jóvenes ricos del pueblo soportaban para poder permanecer en su más bien dudosa compañía.
-"Entonces, si no podemos tener más luz, haremos que la chica se desnude" dijo Lord Tewksbury desde el fondo del cuarto. -"Me niego a pujar por algo o alguien sin poder verlo suficientemente bien".
-"Tiene razón" coincidió Nevel Jackson. -"Dígale a la chica que se quite esos harapos para que podamos ver lo que compramos".
El comentario fue secundado por todo el cuarto. Vincent McLeod vaciló, y después murmuró algo a la chica. Con la cabeza todavía inclinada, comenzó a desatarse el corpiño de su vestido.
Rayven la observaba con ojos entornados, notando la forma en que sus manos temblaban mientras desabrochaban la andrajosa camisa. Aunque no podía ver su rostro, sabía que sus mejillas estaban arreboladas por la vergüenza, y que su corazón latía tan rápido como el de un cervatillo atrapado en las mandíbulas del lobo.
-"Suficiente". Fue una sola palabra, suavemente murmurada, pero que resonó en todo el cuarto.
-"Vea, Lord Rayven" protestó Tewksbury. -" Yo creo..."
Rayven le silenció con una mirada de reproche. -"La chica es mía" dijo, habiendo decidido comprarla en ese mismo instante, aunque todavía no había visto su rostro.
-“¿Buscando una nueva amante?” preguntó Lord Montroy.
-"No".
-“¿Una criada, quizá?”.
Rayven miró fijamente a Montroy. Dallon Montroy era un hombre alto, guapo, casi tan rico como Rayven. De todos los hombres con los que Rayven había estado jugando, Montroy era el que más se parecía a un amigo.
Ignorando la pregunta del vizconde, Rayven hizo un gesto con la mano al viejo. -"Tráigala aquí".
-"Sí, milord". Vincent McLeod agarró precipitadamente a su hija por el brazo y la arrastró a través del cuarto. -"No se sentirá defraudado milord. Ella le servirá bien”.
-"Sí" murmuró Rayven. -" Por supuesto que lo hará".
Metiendo la mano en su bolsillo, sacó un fajo de billetes y se los tendió al otro hombre. -“¿Tiene nombre"?
-"Por supuesto, milord. Se llama Rhianna, pero responderá a cualquier otro con el que usted desee llamarla”.
-“¿Sabe dónde vivo?”
-"Sí, señor".
Todo el mundo conocía el castillo de Rayven. Localizado en lo alto de la montaña del Árbol del Diablo, era como una oscura sombra cerniéndose sobre el pueblo, alto y misterioso, como su dueño.
-"Llévela allí. Mi criado cuidará de ella”.
-"Sí, milord".
Rayven sacudió su mano con un gesto de despido. Retornando al juego, recogió sus naipes. -"Pierdes de nuevo, Montroy" dijo murmurando suavemente, y esparció sus cartas sobre la mesa.
Dallon Montroy depositó sus naipes sobre la mesa. -“Parece que esta es tu noche de suerte" comentó con buen talante.
Rayven gruñó suavemente.-"Quizás tengas razón" filosofó mientras miraba a la chica que seguía al viejo McLeod hacia la puerta. "Quizás.…”.
Rhianna se arrebujó en el estrecho asiento del carro al lado de su padre, incapaz de controlar los temblores de su cuerpo, y tratando de aceptar el hecho de que su padre la había vendido a un hombre como Lord Rayven, un hombre del cual se rumoreaba tenía muchas extrañas e inusuales costumbres.
Las torres del Castillo de Rayven surgieron amenazadoramente a lo lejos, un oscuro montículo se alzaba sobre la niebla gris que envolvía la montaña del Árbol del Diablo tanto en verano como en invierno.
Con cada milla que pasaba, los temblores aumentaban. Pensó en un instante en saltar del carro y arriesgarse con los animales salvajes que acechaban en el bosque.
Estaba reuniendo coraje, decidiendo que la muerte sería preferible a una vida de servidumbre con el misterioso Lord Rayven, cuando sintió una mano que le sujetaba el brazo.
-"Lord Rayven me pagó una sustanciosa suma por ti" le dijo McLeod, con tono suave en comparación con la fuerza con que la sujetaba -" Te quedarás con él todo el tiempo que desee y harás lo que te pida sin rechistar. –“¿Entiendes lo que te digo?”
-"Sí, padre".
McLeod asintió. Momentos más tarde, detuvo el carro frente al castillo. –“Vete, chica".
Rhianna miró a su padre, intentando no odiarle por lo que le hacía, intentado sentir algún tipo de satisfacción al pensar que con el dinero que su padre había recibido compraría comida para su madre y sus hermanas menores.
-"No había ninguna otra salida, muchacha" le dijo Vincent McLeod a modo de brusca disculpa.
Rhianna asintió. Probablemente, nunca volvería a verlo. Había vivido en el valle de Millbrae durante toda su vida. Y no desconocía las historias que se contaban del oscuro señor del castillo.
-"Adiós, padre".
-"Adiós, muchacha". McLeod le devolvió la mirada por un breve momento, luego la desvió. Sabía que muchos le condenarían por vender a alguien de su misma sangre, pero ella estaría mejor con Lord Rayven. Al menos tendría lo suficiente para comer. -"Siempre me he sentido orgulloso de ti, Rhianna," dijo bruscamente. –“Ahora, sigue tú sola”.
Parpadeando para contener las lágrimas, Rhianna bajó del carro. Enderezando los hombros, subió por las angostas escaleras de piedra hasta la gran puerta, inspiró profundamente, y levantó la pesada aldaba de latón.
Momentos más tarde, la puerta rechinó al abrirse, y Rhianna se encontró cara a cara con un par de ojos color café.
-"La señorita McLeod, supongo".
-"S... Sí, " tartamudeó, sobresaltada de que el desconocido supiera su nombre, y la hubiera estado esperando. ¿Cómo había sabido que ella llegaría?
-"Soy Bevins".
El hombre se apartó, haciendo un gesto para que entrara. Era un hombre alto, con canas, nariz más bien afilada, y finos labios. Llevaba un par de pantalones de color café claro, una camisa blanca, y una chaqueta de lana oscura. Parecía tan viejo como su padre.
Sintiéndose abandonada y muy sola Rhianna, atravesó el umbral. El recibidor era frío y oscuro. Tembló mientras Bevins cerraba la pesada puerta detrás de ella.
-"Le tengo preparado un baño, señorita".
-"Gracias".
-"Sígame".
Con el pulso enloquecido por el miedo, le siguió por un amplio vestíbulo, subiendo un tramo de escaleras hasta un cuarto grande iluminado con una gran vela blanca.
-"Encontrará la tina allí dentro" dijo Bevins, señalando una puerta al otro lado del cuarto. -"Por favor deje sus ropas aquí, en el suelo. Se me ha ordenado que las queme”.
-“¡Quémarlas! Pero son las únicas que tengo".
-"Sin duda Lord Rayven la proveerá de un atavío adecuado, señorita. Hay sabanas limpias en la cama. El cordón del timbre está allí, por si me necesita durante la noche".
Demasiado atontada para hablar, Rhianna asintió.
-"Buenas noches, señorita. Que duerma bien".
Esperó hasta que él abandonó el cuarto, luego fue hasta la puerta y la cerró. Desvistiéndose, dejó caer sus ropas en el suelo, y entró en el otro cuarto. La luz de una docena de velas iluminaba una gran tina de agua caliente, una barra de jabón perfumado, y una gran toalla.
Miró el agua humeante. Nunca en toda su vida había tenido ocasión de tomar un baño solo para ella. En su casa, los baños eran infrecuentes. En verano, se bañaba en el río. Sólo durante el invierno se bañaban dentro de la casa y entonces debía aguardar su turno. Y cuando por fin le tocaba, el agua estaba casi siempre fría y sucia.
Entró cuidadosamente en la tina y se sentó, un suspiro de placer escapó de sus labios cuando se sumergió en el agua deliciosamente caliente. Quizá no sería tan malo vivir aquí. Los cuartos que le habían adjudicado eran mayores que toda la cabaña que compartía con sus padres y hermanas.
Se lavó el pelo tres veces, dos veces el cuerpo, y todavía permaneció un largo rato en el agua, deleitándose con su calor, hasta que se enfrió.
Salió de la tina, se secó completamente, se envolvió en una toalla y entró en el dormitorio. La primera cosa que notó fue que sus ropas habían desaparecido. Y luego vio el camisón. Destacaba sobre la cama como una pincelada de blanco en contraste con la colcha azul oscura. Incapaz de resistirse tocó el tejido. Dejando caer la toalla, se puso el camisón, suspirando con gusto mientras la prenda al descender rozaba su piel desnuda.
Pasó la mirada alrededor del cuarto, esperando encontrar un espejo, curiosa por ver cómo le sentaba un camisón tan costoso, pero fue en vano.
Cruzando la habitación, apartó las pesadas cortinas de la ventana y miró su reflejo en el cristal. El tejido se le adhería como una segunda piel, dibujando los pechos, y las curvas de sus caderas.
-"Seda" dijo incrédula, pasando una mano sobre el camisón.-"Parece como si fuera de seda".
-"Y lo es".Soltando las cortinas, Rhianna se giró abruptamente, con las manos sobre su pecho en un femenino gesto de sobresalto. -"Señor, no le oí entrar”.
-“¿Te gusta a el camisón"?
-"S... Sí, " tartamudeó. -"M... Mucho".
Rayven la miró con ojos especulativos.
Limpia, con el pelo cayéndole en suaves ondas por su espalda, era la cosa más preciosa que había visto en toda su vida.
Dando un paso adelante alzó su mano para tocar su suave mejilla.
Con un pequeño grito, ella se apartó contra la pared.
Rayven bajó su mano de inmediato. -"No te lastimaré" le dijo suavemente.
Rhianna tragó saliva, fascinada por su voz. Era profunda y suave, pero extrañamente autoritaria, al igual que sus ojos. Ojos negros insondables que parecían viejos más allá de sus años. Ojos que parecían capaces de ver el interior de su alma.
Caminando lentamente, cubrió la distancia que les separaba, deteniéndose a un soplo de distancia. No se había dado cuenta de lo alto que era. Se elevaba sobre ella, con su pelo negro enmarcando su rostro como si fuera una nube oscura. Iba todo vestido de negro a excepción de la camisa y de una corbata roja como la sangre flojamente anudada. Una blanca y delgada cicatriz dividía en dos su mejilla izquierda. Su nariz era recta y aristocrática, sus labios llenos y sensuales. Aparentaba tener alrededor de unos treinta años.
Como a un ratón fascinado por la serpiente, siguió con la mirada el movimiento de su mano ascendente, sintió como las yemas de sus dedos acariciaban su mejilla. Sus dedos eran suaves y frescos.
-“¿Cuántos años tienes muchacha?"
-“Quince, su Señoría".
Rayven juró por lo bajo. Aunque conocía a muchas chicas de su edad que ya estaban casadas y tenían varios hijos, no había creído que fuera tan joven. No es que eso importara. Él no deseaba su cuerpo por muy suave y atrayente que pudiera ser.
-"¿Debo... debo meterme en la cama, Su Señoría?”.
-"Sí, si lo deseas".
Observó subía el rubor por sus mejillas, mientras miraba hacia la cama.
-"Yo, debería…" tragó saliva, el sonrojo en sus mejillas se propagó por su cuello. –“¿Debería desvestirme?”.
Rayven alzó una ceja, luego negó con la cabeza.-" No tengo ninguna intención de llevarte a la cama, muchacha".
-“¿No?”
El alivio en su voz causó un dolor punzante en lo profundo de un corazón el cual creía inmune a todo tipo de sentimiento.- "No".
-" Entonces por qué... " Sus mejillas enrojecieron todavía más. -"Creí que…"
-"Te compré por mis propias razones, dulce Rhianna”contestó, su voz tan sedosa como el traje de noche que llevaba puesto.
-“¿Puedo preguntar cuales son esas razones?”
-"No". Se volvió de espaldas, sus manos cerradas fuertemente a ambos lados. –“Puedes recorrer todo el castillo, excepto los cuartos de la torre del este. Nunca debes ir allí”.
-"Sí, su Señoría".
-"Bevins te suministrará cualquier cosa que desees. Sólo tienes que pedírselo.”
-“¿Cualquier cosa?”, preguntó.
-"Cualquier cosa. Si quieres pintar, él te suministrara la tela y los cepillos. Si deseas tocar el piano, te enseñará. Si quieres pasar el día leyendo, tengo una extensa biblioteca".
-"No sé pintar, ni tocar el piano, ni leer su Señoría". Desvió su mirada. -" No sé hacer nada.”
Él se volvió para mirarla de frente, una luz de curiosidad brillando en sus ojos. -¿Te gustaría aprender"?
-"Sí, Su Señoría," dijo ansiosamente, -"Muchísimo".
-"Bevins te enseñará cualquier cosa que desees aprender.”
-"Gracias, Su Señoría".
Rayven se quedó mirando fijamente a la muchacha. Sus ojos eran azules, como un cielo de verano, como el lago del pueblo donde había crecido. De un tono azul oscuro, llenos a la vez de temor y excitación.
Ella le temía. Ese pensamiento le hería profundamente, aunque no podía culparla por ello.
-"Bevins te llevará mañana de compras. Compra cualquier cosa que necesites.”
-"Es usted muy generoso, su Señoría".
-"En modo alguno, dulce Rhianna simpática, la recompensa vale la pena.”
Sus ojos se agrandaron ante la amenaza disimulada en su voz. Se agarró fuertemente ambas manos que temblaban violentamente.
-“No tienes nada que temer de mí" dijo él. -"Después de esta noche, no volverás a verme.”
El miedo de sus ojos dio paso al desconcierto. –“¿Su Señoría?”
-“Ve a dormir, muchacha".
Rhianna se metió en la cama, con el corazón golpeando salvajemente bajo su pecho, mientras el la arropaba con las mantas. Permaneció mirándolo fijamente, asustada y confundida, pero fascinada al mismo tiempo. Qué hombre tan extraño era. Tenía el extraño pensamiento de que la había comprado simplemente para salvarla de la vergüenza de desvestirse en un cuarto lleno de hombres la mitad de ellos borrachos. Era educado y de buenos modales, pero notaba un indicio de violencia cuidadosamente controlada acechando bajo su suave fachada y unas peligrosas y mortíferas emociones que ardían en su interior, algo que no podía definir. Era eso lo que más la asustaba.
-"Descansa, dulce Rhianna" dijo Rayven.
Apagó de un soplo la vela y se fue.